LA ANGUSTIOSA ESPERA EN ALVARO OBREGON, 286
MEXICO.- La esperanza llega en cuotas a los escombros de la calle Álvaro Obregón. Al rumor de que va a entrar maquinaria pesada, le sigue otro de que aún hay seis personas con vida. Al reloj, que marca las 72 horas que los protocolos internacionales señalan para dejar de buscar vidas, le sigue el puño en alto, porque alguien cree haber escuchado una voz en los escombros.
Mientras tanto, la angustia más tangible del terremoto son un montón de madres bajo una lona de plástico, con la cabeza apoyada en las manos, mientras pasan las horas.
El martes a las 13:14 de la tarde, el edificio se vino abajo cuando la tierra comenzó a moverse de lado a lado hasta que se desplomó y engulló a casi 70 personas, en el tiempo que tarda un semáforo en cambiar de color. En el resto del país hay casi 300 fallecidos.
Hasta ese día el edificio era un digno inmueble de seis alturas con despachos de abogados y contadores. A un lado, una tienda de decoración y al otro, viviendas.
Durante las primeras 24 horas de movilización vecinal, los rescatistas lograron, con más talento que medios, sacar del edificio a unas 23 personas con vida.
Para los que seguían bajo las piedras, comenzó entonces una carrera contrarreloj, con la esperanza de que estuvieran protegidos en un ‘triángulo de vida’, por una columna o una mesa. Los familiares de Javier Sandoval aseguraban haber recibido un mensaje suyo desde escombros. El hermano de Jesús Emmanuel, en cambio, tuvo menos suerte. Llegó desde Guanajuato y estuvo quitando piedras desesperadamente durante dos días hasta que alguien le informó de que su hermano estaba en la morgue.
Los manuales internacionales señalan que deben pasar 72 horas antes de abandonar la búsqueda y dar por muertas a las personas atrapadas en caso de sismo. Sin embargo, terremotos como el de Haití o el de México en 1985 han demostrado que es posible encontrar supervivientes hasta siete días después del sismo.
Ayer viernes, cuatro horas después de cumplirse el absurdo cronómetro, el padre de Noemí continuaba frente a la mole de hormigón y varillas, siguiendo en silencio el trabajo de los rescatistas israelíes. Al otro lado de la cinta amarilla había decenas de periodistas y toda la familia, indígena Mazahua, llegada de San Simón de la Laguna (Edomex).
Noemí Manuel García, la joven a la que esperan vive desde hace unos meses en Ciudad de México. Tiene 21 años, estudia y trabaja por las tardes como oficinista. Había llegado al cuarto piso una hora antes del temblor.
“Que hagan algo porque esto es desesperadamente lento. Queremos ayudar y no nos dejan” dice angustiada su tía, después de tres días a la intemperie frente a la montaña de cascajos. “Estamos pasándolo mal aquí en la calle pero ¿cómo estará ella? ¿qué estará sintiendo?”, se pregunta. “Es en lo único que pienso”.
Un experto rescatista, recién bajado de la montaña de escombros, dice que logró ver 13 cuerpos y que estaban todos en fila india. “Estaban bajando por la escalera durante el sismo”, explica.
Repentinamente, a las seis de la tarde, en Álvaro Obregón, 286 hay más agitación de lo normal. “Un ortopedista, motosierras, tambos…” los equipos de rescate piden objetos inusuales.
La ilusión prende en todos cuando un responsable llama a los familiares para explicarles los avances: “Colín, Sandoval …“, vocea los apellidos. Finalmente los rescatistas han logrado terminar un túnel y parece que podrán acceder a la agente atrapada. Pero tardará, les dicen.
Al caer la noche las familias siguen sin tener noticias y la esperanza se desvanece un poco más. El olor seco y agrio de los cadáveres es cada vez más evidente.
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