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LOS MIGRANTES EN TECATE Y SU PERRA VIDA

\r\nPor: Germán Ramos González \r\n\r\nEl calor en la ciudad llegaba ya a los 34 grados centígrados, de los días en que mayormente el termómetro subía en Tecate, el sol pegaba con fuerza, eran las 11 de la mañana y circulaba sobre el bulevar Nuevo León en mi vehículo. \r\nBuscando beber un poco de agua y ponerme a la sombra llegue a la arboleda que está por el bulevar Encinos, justo a un costado del río. Allí permanecí unos minutos, cuando a lo lejos, sobre el bordo observe a tres hombres caminar, llevaban algo en las manos, costales, cobijas, no alcanzaba a distinguir bien. Vestían ropas sucias y sacos gruesos, inusual para la temporada en Tecate. \r\nBaje del auto y me acerque sigilosamente, cámara en mano, me fui aproximando poco a poco, más despacio de lo que acostumbro a llegar a cubrir una eventualidad en mis aventuras reporteriles. \r\nPoco a poco, justo en la parte del río posterior a la Casa Social, los tres hombres bajaron y se perdieron en el lecho, una vez que subí al bordo, me quede estupefacto, más de una decena de hombres se encontraban allí, unos charlaban, uno más cantaba canciones de José Alfredo, uno lavaba ropa y otros intentaban iniciar una fogata para cocinar el festín del día. \r\nCon la mano levantada en señal de paz, salude a lo lejos a los que voltearon a verme, vi un gesto amable en la mayoría de ellos, supe que no me harían ningún daño, brinque entre las marañas y basura que en esa parte del río abunda, un hilo de agua corría, les grite a los presentes ¡buenos días !, ninguno contesto, pero conforme me aproximaba, también lo hacia un hombre de edad madura, de rostro tostado por el sol y los labios resecos, su mirada triste, medio cabizbajo, andar pausado y pesadumbre obvia. \r\nNos encontramos justo en donde hay un lugar que le dicen “El Chorrito”, que no es más que el agua clorada y tratada que emerge de la tubería de la planta tratadora propiedad de Cervecería, que una vez que pasa por varios procesos de filtrado es arrojada al río para que continúe su cauce. Ese chorrito, sirve a los indigentes y migrantes, para bañarse, lavar sus ropas y en ocasiones hasta para beber. Dice Rafael, (un hombre que está parado sobre el arroyo de agua tratada, en pantalón corto y sin camiseta, ni zapatos), que el agua a veces sale limpia, otras veces les produce ronchas en la piel y en la mayoría la ropa que lavan queda con un pestilente olor a químicos. \r\nEs Felipe Canto (nombre real), de 58 años, originario del Ecuador, quien ya tiene 8 meses en Tecate y que ha intentado cruzar hacia Estados Unidos por 6 veces con resultados negativos, pues no ha logrado el objetivo. Tiene tres hijos y una esposa, los dejó allá en Suramérica, ellos piensan que está trabajando para enviarles dinero y que sigan subsistiendo, jamás se imaginan que duerme en la calle, bajo los árboles allá por la comandancia de policía, cuando hay espacio al cobijo de un puente o en las afueras del Estadio Manuel Ceceña, junto con otros hombres que viven en condiciones de indigencia. \r\n\r\nCon la cara mugrosa, el sudor en la frente que corre por sus sienes, una camisa que en otro tiempo fue blanca, con el cuello duro de suciedad, un pantalón de mezclilla azul desgastado, tenis rotos, pero con porte, siempre con la frente en alto, confiado se deja entrevistar, aprovecha el micrófono para decir lo que siente, como es que lo ha tratado la vida en los últimos meses y las vicisitudes que tienen que padecer los migrantes y mayormente los que provienen de otros países de centro y Suramérica. \r\n\r\nY es que los migrantes que provienen de prácticamente todos los estados de la república mexicana, más de Michoacán, Sinaloa, Sonora, Zacatecas, Guerrero, Chiapas y de países como Guatemala, Honduras, Nicaragua, Colombia, Ecuador y Chile, todos con el firme objetivo de cruzar de manera ilegal la línea internacional, que por Tecate ha sido impedida y los aspirantes a indocumentados tienen que utilizar accesos como los poblados Jardines del Rincón, Jacumé y La Rumorosa, donde las condiciones del terreno son agrestes, casi insorteables, donde muchos de ellos perecen en el intento, otros de plano, se quedan con la ilusión, son golpeados, asaltados y al no tener recursos, ni apoyo de ninguna índole, optan por quedarse un tiempo en Tecate, donde solo son ayudados por tres días en la Casa del Migrante, luego ya no se les proporciona agua, comida, ni cobijo, por lo que tienen que lanzarse irremediablemente a las calles, muchos con pretensiones de hacer dinero, se apostan en las afueras de la iglesia, emulando a la catedral de la Ciudad de México, donde ofrecen sus servicios de plomería, electricidad y ayudantes en general, la mayoría sin éxito. De un tiempo acá, un grupo de ciudadanos se han dedicado a alimentar una vez al día a los indigentes y migrantes allá por la Dirección de Seguridad Pública, sin embargo todo esto resultan paliativos ante un evidente y cada vez más creciente problema social, pues por lo general los ciudadanos los ven con desconfianza, les teme y no los ayuda, por verlos mugrosos y a veces ebrios o drogados, qué decir del gobierno, que se desentiende por completo del asunto y se ha limitado a crear comisiones que resultan inútiles. \r\nLos migrantes son también víctimas de secuestros, asaltos, todo tipo de vejaciones, violaciones y en el más fatal de los casos asesinados, por el sólo hecho de pretender una vida mejor, el sueño americano, el buscar mejorar las condiciones de sus familias. \r\n\r\n\r\nEse día en El Chorrito, había unas quince personas, todos hombres, vi a cuando menos tres que se encontraban en estado de ebriedad, gritaban cosas entre sí, pero no se agredían, solo lo hacían para liberar la tensión y hacer más ameno el transcurrir del día, en el que no hacen otra cosa más que buscar el cobijo de una sombra o refrescarse ante lo intenso del calor. \r\nEn eso llegaron tres migrantes, jóvenes, la resaca se les apreciaba en los rostros tostados por el sol, uno, llamado Jesús, puso una bolsa negra de esas que se utilizan para la basura en una barda, se metió dentro de ella y fue sacando algunas cosas, unos trozos de jamón pegajoso, un paquete de tortillas mal envueltas, y una bolsa de algo que parecía ser queso, ¿de dónde conseguiste eso?, le pregunte, Jesús se volteó, vio que traía la cámara en mano y me grito que no le tomara fotos, le conteste que no, pero ya era demasiado tarde, mi obturador había disparado, me comentó que era todo lo que habían conseguido ese día para comer y lo sacaron de los contenedores de la basura de un supermercado. \r\nJuan un tipo mal encachado, con gorro negro juntó marañas y encendió una lumbrada. Migue, otro individuo que en todo momento cargaba una mochila en su espalda lavó con el agua una tabla y empezaron a picar unos chiles y cortar limones. \r\nArriba del bordo, otros tipos jugaban y contaban charras, encerrados en su mundo, en su miseria y en las pocas posibilidades que la vida tecatense les otorgaba, sabiéndose gente del inframundo, de la calle, son indigentes, algunos por que quieren, otros por necesidad y por diversas circunstancias de la vida, pero allí estaban, en ese lugar les toco, desafortunados o no, trataban de sobrevivir, ninguno puede ocultar el rostro de suma tristeza, su mirada lo refleja, su voz aunque fingida, se quiebra cuando quieren decir algo, son los malos, son los vagos, son los delincuentes, los de la calle, a los que nadie quiere, nadie respeta y ninguno ayuda. \r\nRafael no deja de echarse agua en la cabeza, deja me peino, grita, para que me tomes unas fotos, me dices, para meter la panza, a un concurso le contesto riendo, tiende sus ropas sobre el bordo empedrado del río, secarán pronto el sol está fuerte y la temperatura aumenta. \r\nFelipe Canto, un ecuatoriano al que la vida se le va, dice con profundo dolor en sus palabras que no ha comido, lo miro y se me mojan los ojos, es un hombre viejo, no de edad, pero sí de presencia, ese tiempo alejado de los suyos ha hecho estragos, en su cara se ven. Me suplica si puedo conseguirle un cepillo de dientes y una pasta, “ya no aguanto, siento muy fea mi boca, quiero lavarme los dientes”, dice. \r\n\r\n\r\nMe voy alejando, luego algo me rebota en la cabeza, le grito a Jesús que venga hacia mí, saco los últimos 50 pesos que traigo en el bolsillo y se los doy. Compra virotes y jamón, le dije. No vayas a comprar alcohol u otra cosa cabrón. No!, responde y se aleja con una leve, muy leve sonrisa en sus labios, corre con rumbo al mercado. Yo me alejo de espaldas, nunca deje de ver a aquellos tipos que continuaron cada quien con sus actividades. Me entristeció ver más al ecuatoriano, nunca dejo de mirarme, confiaba en mí. \r\nSubía a mi carro y mientras conducía me asaltaban muchas ideas, lo infortunado que son esos hombres, como es que pasan desapercibidos para el gobierno y por qué son tratados siempre como delincuentes, aunque algunos no lo seas. Ellos viven allí, bajo los puentes, con los riesgos que ello implica, luchar, son fuertes, jamás sonríen, no tienen porque. Se cuidan de la policía, seguido van y los levantan, para que sean la carne de cañón y así los jefes poder justificar su trabajo, aunque al siguiente día salgan libres sin ningún cargo, por el solo hecho de vivir en la calle, como perros, indigentes, migrantes sin fortuna. \r\nEl otro día, uno de ellos apareció en la prensa, había entrado a un supermercado y hurtó un trozo de jamón, lo denunciaron, se armó un operativo y fue arrestado, el botín, un jamón de cerdo se recuperó, el tipo fue a dar a la cárcel, seguramente lo quería para comer y compartirlo con sus compañeros del río. El festín nunca llegó. \r\n\r\nEs probable que nunca nos detengamos a pensar en la vida de estas personas, con las nuestras tenemos, pero, no son animales, no son escoria, son seres humanos, viven en condiciones distintas, les aqueja, más que la pobreza de sus bolsillo, la pobreza del alma. Nunca he escuchado que algún gobierno haga algo por ellos, una brigada médica por ejemplo, que les donen un abrigo o los lleven a un albergue cuando hace frio. \r\nEste trabajo no trata de hacerlos héroes, porque no lo son, tampoco de que se sienta lástima por ellos, es simplemente hacerles notar que ese centenar de hombres y mujeres andan por las calles de Tecate como si fueran fantasmas, no cuentan, a nadie les importan.

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